lunes, 25 de febrero de 2019

las setenta semanas


LAS SETENTA SEMANAS

Daniel 9: 20–27.
En los capítulos dos y siete, la primera venida de Cristo no se menciona, porque el objeto de Daniel fue el de profetizar a su nación acerca del período entero desde la destrucción, hasta el restablecimiento de Israel; pero el capítulo nueve, detallada-mente predice la primera venida de Cristo y su efecto en el pueblo del pacto.
Las setenta semanas se cuentan desde la salida de la orden para restaurar y reedificar Jerusalén; es decir, el año 445 a. C. (Nehemías 2: 1-8). Aunque algunos comentaristas difieren al respecto, ésta parece ser la opinión más lógica, porque en esta orden no sólo se menciona la reconstrucción del templo, sino también de la ciudad.
Las setenta semanas están separadas en tres partes desiguales:

v Siete semanas
v Sesenta y dos semanas
v Una semana

     La semana septuagésima es la consumación de los períodos anteriores.
¿Pero de qué hablan estas setenta “semanas” de años? ¿Por qué determinó el Señor este tiempo sobre Israel, y qué quería lograr durante estos 490 años? Además, ¿quién o qué está en el centro de estas obras? En la última parte del versículo 24, se dio una lista a Daniel de cinco grandes tareas de gracia que Dios había determinado para sí mismo. Todos los artículos en esta sagrada “lista de trabajo” se han logrado como una provisión. En el corazón de cualquier obra de Dios debemos ver a su Hijo, Jesucristo. Así es con la profecía delante de nosotros; las obras que tenían que ser completadas fueron completadas en y por Jesucristo. Vamos a ver estas cinco obras de gracia individual-mente:
1. Terminar la prevaricación, y poner fin al pecado. Para aquellos que creerán, se cumple esto por el Cristo resucitado.
Como con todas las obras espirituales de Dios, tiene que ser revelada por el Espíritu Santo y recibida por fe. No puede ser vista por los razonamientos de la mente natural, sin embargo es un hecho real. “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” (1 Juan 3). “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.” (1 Juan 5: 18).
2. Expiar la iniquidad. Esto habla de la obra de Cristo con respecto a los pecados ya habidos en nuestra cuenta. Si un asesino deja de matar, no es menos asesino; se debe tratar con sus fechorías pasadas todavía. La mayoría de nosotros no somos asesinos en el sentido exterior, pero el punto es que se deben quitar los pecados de la naturaleza de la creación vieja de nuestra cuenta o no podemos ser reconciliados con Dios. Esos pecados crearon una enemistad y una guerra; el hombre se rebela y Dios tiene que juzgar. Porque Cristo llevó nuestro juicio, hay ahora paz y reconciliación para todo aquel que cree. Lea 2 Corintios 5: 18, 19; Efesios 2: 14 - 16 y Colosenses 1: 20 - 22.
3. Para traer la justicia perdurable. La justicia que Dios imparte a su pueblo es una justicia que nunca termina. No permitirá que esa justicia cese o se quite de nosotros.
Mire la base segura de la justicia del creyente. “Al que no conoció pecado (Cristo), por nosotros (Dios) lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (Cristo).” (2 Corintios 5: 21).
Todo esto fue hecho por la obra redentora de Cristo.
4. Sellar la visión y la profecía. ¿Qué significa esto? Podemos estar seguros que Cristo es el centro como en las otras cosas que Dios logró durante los 490 años, sin embargo, la conexión no aparece al principio. Es por mirar a Israel con respecto a Jesús, su Mesías, que descubrimos la importancia de esta cuarta cosa que fue predicha.
La verdad subyacente en cada visión y profecía que Daniel vio era que con la venida gloriosa de Cristo, los imperios gentiles acabarían y se restauraría el reino a Israel. Esto ha sido sellado.
Al final de los 483 años (69 semanas) el Mesías fue cortado (vs. 25 y 26). Se ofreció a sí mismo a Israel como el Mesías, e hizo todo lo posible para recogerlos a ellos a sí mismo (Mateo 23: 37). Ellos lo rechazaron. Cuando Pilato le presentó al pueblo en un esfuerzo para librarle, demandaron; “¡Sea crucificado!” (Mateo 27: 22–23). En su crucifixión la inscripción encima de su cabeza leyó: “ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS.” (Mateo 27: 37). Esto acabó sesenta y nueve de las setenta semanas determinadas sobre Israel.
5. Ungir al Santo de los santos. Esta es la última de las cinco grandes obras que Dios dijo que lograría durante los 490 años.
Algunos interpretan esto para indicar que durante aquellas setenta semanas habrá un templo terrenal construido en Jerusalén que sería aceptable a Dios. El diseño que Dios dio a Moisés para el tabernáculo y el diseño que dio a David para el templo tenían un “lugar santísimo,” un cuarto más profundo donde el arca del testimonio y el asiento de la misericordia (el propiciatorio) estaban. Fue allí donde el sumo sacerdote rociaba la sangre de expiación. Refiriéndose a ese lugar Dios dijo a Moisés: “Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio...” (Éxodo 25: 22). Ningún lugar terrenal puede tener el significado que ese lugar tuvo, porque otro lugar más santo se ha abierto en el cielo.
El lugar más santo de la antigüedad fue cerrado a todos los hombres con la excepción del sumo sacerdote de Israel, quien entró sólo una vez cada año. Además, fue ocultado completa-mente de vista por un velo o cortina, que se colgó en la entrada. (Éxodo 26: 31-35).
En las sesenta y nueve semanas es restaurada Jerusalén, y así un lugar es preparado para el Mesías en dónde efectuar su obra sabática (vv. 25, 26) de “confirmar el pacto” (v. 27).
Así como las setenta semanas terminan con siete años, o una semana, así empiezan con siete veces siete, es decir, siete semanas.

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