LAS SETENTA SEMANAS
Daniel
9: 20–27.
En los
capítulos dos y siete, la primera venida de Cristo no se menciona, porque el
objeto de Daniel fue el de profetizar a su nación acerca del período entero
desde la destrucción, hasta el restablecimiento de Israel; pero el capítulo
nueve, detallada-mente predice la primera venida de Cristo y su efecto en el
pueblo del pacto.
Las
setenta semanas se cuentan desde la salida de la orden para restaurar y
reedificar Jerusalén; es decir, el año 445 a. C. (Nehemías 2: 1-8). Aunque
algunos comentaristas difieren al respecto, ésta parece ser la opinión más
lógica, porque en esta orden no sólo se menciona la reconstrucción del templo,
sino también de la ciudad.
Las
setenta semanas están separadas en tres partes desiguales:
v Siete semanas
v Sesenta y dos semanas
v Una semana
La semana septuagésima es la consumación
de los períodos anteriores.
¿Pero
de qué hablan estas setenta “semanas” de años? ¿Por qué determinó el Señor este
tiempo sobre Israel, y qué quería lograr durante estos 490 años? Además, ¿quién
o qué está en el centro de estas obras? En la última parte del versículo 24, se
dio una lista a Daniel de cinco grandes tareas de gracia que Dios había
determinado para sí mismo. Todos los artículos en esta sagrada “lista de
trabajo” se han logrado como una provisión. En el corazón de cualquier obra de
Dios debemos ver a su Hijo, Jesucristo. Así es con la profecía delante de
nosotros; las obras que tenían que ser completadas fueron completadas en y por
Jesucristo. Vamos a ver estas cinco obras de gracia individual-mente:
1.
Terminar la prevaricación, y poner fin al pecado. Para aquellos que creerán, se
cumple esto por el Cristo resucitado.
Como
con todas las obras espirituales de Dios, tiene que ser revelada por el
Espíritu Santo y recibida por fe. No puede ser vista por los razonamientos de
la mente natural, sin embargo es un hecho real. “Todo aquel que es nacido de
Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no
puede pecar, porque es nacido de Dios.” (1 Juan 3). “Sabemos que todo aquel que
ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios
le guarda, y el maligno no le toca.” (1 Juan 5: 18).
2.
Expiar la iniquidad. Esto habla de la obra de Cristo con respecto a los pecados
ya habidos en nuestra cuenta. Si un asesino deja de matar, no es menos asesino;
se debe tratar con sus fechorías pasadas todavía. La mayoría de nosotros no
somos asesinos en el sentido exterior, pero el punto es que se deben quitar los
pecados de la naturaleza de la creación vieja de nuestra cuenta o no podemos
ser reconciliados con Dios. Esos pecados crearon una enemistad y una guerra; el
hombre se rebela y Dios tiene que juzgar. Porque Cristo llevó nuestro juicio,
hay ahora paz y reconciliación para todo aquel que cree. Lea 2 Corintios 5: 18,
19; Efesios 2: 14 - 16 y Colosenses 1: 20 - 22.
3. Para
traer la justicia perdurable. La justicia que Dios imparte a su pueblo es una
justicia que nunca termina. No permitirá que esa justicia cese o se quite de
nosotros.
Mire la
base segura de la justicia del creyente. “Al que no conoció pecado (Cristo),
por nosotros (Dios) lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia
de Dios en él (Cristo).” (2 Corintios 5: 21).
Todo
esto fue hecho por la obra redentora de Cristo.
4.
Sellar la visión y la profecía. ¿Qué significa esto? Podemos estar seguros que
Cristo es el centro como en las otras cosas que Dios logró durante los 490
años, sin embargo, la conexión no aparece al principio. Es por mirar a Israel
con respecto a Jesús, su Mesías, que descubrimos la importancia de esta cuarta
cosa que fue predicha.
La
verdad subyacente en cada visión y profecía que Daniel vio era que con la
venida gloriosa de Cristo, los imperios gentiles acabarían y se restauraría el
reino a Israel. Esto ha sido sellado.
Al
final de los 483 años (69 semanas) el Mesías fue cortado (vs. 25 y 26). Se ofreció
a sí mismo a Israel como el Mesías, e hizo todo lo posible para recogerlos a
ellos a sí mismo (Mateo 23: 37). Ellos lo rechazaron. Cuando Pilato le presentó
al pueblo en un esfuerzo para librarle, demandaron; “¡Sea crucificado!” (Mateo
27: 22–23). En su crucifixión la inscripción encima de su cabeza leyó: “ESTE ES
JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS.” (Mateo 27: 37). Esto acabó sesenta y nueve de las
setenta semanas determinadas sobre Israel.
5.
Ungir al Santo de los santos. Esta es la última de las cinco grandes obras que
Dios dijo que lograría durante los 490 años.
Algunos
interpretan esto para indicar que durante aquellas setenta semanas habrá un
templo terrenal construido en Jerusalén que sería aceptable a Dios. El diseño
que Dios dio a Moisés para el tabernáculo y el diseño que dio a David para el
templo tenían un “lugar santísimo,” un cuarto más profundo donde el arca del
testimonio y el asiento de la misericordia (el propiciatorio) estaban. Fue allí
donde el sumo sacerdote rociaba la sangre de expiación. Refiriéndose a ese
lugar Dios dijo a Moisés: “Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de
sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del
testimonio...” (Éxodo 25: 22). Ningún lugar terrenal puede tener el significado
que ese lugar tuvo, porque otro lugar más santo se ha abierto en el cielo.
El
lugar más santo de la antigüedad fue cerrado a todos los hombres con la
excepción del sumo sacerdote de Israel, quien entró sólo una vez cada año.
Además, fue ocultado completa-mente de vista por un velo o cortina, que se
colgó en la entrada. (Éxodo 26: 31-35).
En las
sesenta y nueve semanas es restaurada Jerusalén, y así un lugar es preparado
para el Mesías en dónde efectuar su obra sabática (vv. 25, 26) de “confirmar el
pacto” (v. 27).
Así
como las setenta semanas terminan con siete años, o una semana, así empiezan
con siete veces siete, es decir, siete semanas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario